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miércoles, 17 de febrero de 2010

Voy a rozar

Voy a rozar mis pechos contra tu cuerpo
y te haré estremecer hasta derrumbarte
en un oasis de placeres y encantos.

Comeré

Voy a partirte los labios con un beso
y comeré tu cuerpo como una fruta,
voy a degustarte hasta que tu cuerpo pida clemencia!

El acto del duelo


4.
El acto verdadero del duelo, ya lo dije antes, lo dijeron otros, no es sufrir por la pérdida del objeto amado; es comprobar un día sobre la piel de la relación, esa menuda mancha, llegada allí como el síntoma de una muerte segura (Barthes). Porque el objeto del deseo ya no está más ni física ni mentalmente, ha sido aniquilada, se ha convertido en cenizas. Lo imaginario amoroso ha sido arrancado: ya no está más, si antes ardía por debajo como un carbón mal apagado, o como un fuego sempiterno, lo que había abandonado resurgía de la tumba mal cerrada y daba gritos bruscamente en forma de versos, angustias, discursos, tristezas, pasión, ternura, desasociego, símbolos, signo de que el deseo amoroso todavía estaba vivo.
Era como si quisiera estrechar con locura, una última vez a ese alguien que iba a morir y murió.
Hundirme en este fading (abismarme y morir) no serviría de mucho,
el otro, al que yo amaba simplemente se fue de mis pensamientos,
traerlo a colación es como el perro que vuelve a su vómito;
podría ser un fading sin causa y sin término.
Mejor olvidemonos de él para siempre y dejemos que otras lides amorosas surjan,
inventadas por la ficción, apostemos a la creatividad literaria
y veremos si realmente ahora me puedo considerar una buena escritora.