Una vez tuve 12 años, a esa edad era apenas una niña, era en mi pueblo, allá en San Ignacio,
yo siempre llevaba vestidos cortos y floridos- era la época de la naciente minifalda, también llevaba los pies desnudos con las sandalias típicas de allá, el sopor del sol calenturiento hacía que todos en casa durmieran, me salí a tomar el fresco a la vereda de mi casa y de pronto, como algo fatigado llegaron los primeros esbozos: torpes, ridículos, pero llenos de una insesante sazón.
Yo la verdad es que no quería eso para mi vida,
no me veía como una pobre poeta largada de la mano de quién sabe qué dioses. Pero soporté esa revelación como un secreto...
Muchos años pasaron para que esa realidad que me laceraba el cuerpo, pudiera dar rienda suelta
y ver la luz, salir al aire y explotar.