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jueves, 24 de julio de 2008

Artículo la erótica en mi obra literaria

MONÓLOGO PARA TRES Y OTROS RELATOS



Definir la erótica en mi obra no es tarea fácil, porque nunca escribí pensando en la definición misma del concepto, sino que fui guiada por una suerte de Yo Superior, algo recóndito dentro mío y no explorado. Algo que estaba ahí aflorando de a poco y que muchas veces lo callé por los tabúes y esos daños que se inventa la cultura patriarcal y la Iglesia para restringirnos, hacernos sentir culpables y callarnos.

Escribo desde la perspectiva de mi propio cuerpo y el cuerpo del otro. Este oficio implica donar el cuerpo y donar los órganos en sentido figurado. Donar la piel, los pechos, el pubis, los labios, las manos, el ombligo, el dorso y los muslos. Es describir la geografía de los cuerpos y plasmarlos en la hoja en blanco. Es donar los sentimientos y los pensamientos. Es transmutar todo el miedo a nuestra sexualidad y poder ejercerla sin tabúes, es algo divino y supremamente placentero. Es saber que lo que se transmite a través del lenguaje puede causar un ras en el corazón y erizar la piel, acelerar los sentidos, sentirse vivo.

La erótica tiene que ver con la recuperación del cuerpo, de ese cuerpo silenciado, del cuerpo trasgresor, de ese cuerpo que era quien reunía dentro de si todo lo “pecaminoso”. Las mujeres escribimos en la medida que descubrimos nuestro cuerpo, por lo menos en mi caso pasa eso, nuestro cuerpo archivo de traumas, desde donde vamos sacando, pariendo fantasías, que tienen que ver con nuestros deseos, nuestros goces, aquello que deseamos y que pocas veces podemos transmitirlo. En este sentido no solo se trata de parirnos a nosotras mismas, sino de contribuir a la transformación de la mirada de los lectores y lectoras, de lograr que ellos descubran, por qué no, el placer de un texto de mujer.

Escribir para mi es un espacio de liberación. El no hacerlo es castrante. Necesito contar y transmitir las fantasías que alborotan mi cabeza, necesito ser trascendida por el texto, palabras marcadas por mi propio jadeo de mujer que se niega a callar, a quedar sumisa. Escribo en celo y así esa urgencia se multiplica, soy un cuerpo de mujer que se abre como un manantial de aguas cristalinas, que se desbordan en papel y corren fugitivas, son como estelas aguamarinas que bajan al jardín de los mortales.

De este modo soy mujer sujeto y no objeto, mujer escritora deseante de su propio texto, es como la práctica de un cuerpo que se escribe y por lo tanto sobrevive en la letra... de ese modo la palabra será la herramienta, aprendo a construir, pueblo los espacios, libero el grito, necesito poner al descubierto todas esas sensaciones de los personajes que me habitan, que dialoguen entre ellos, que digan palabras cotidianas, con crudeza, con impudicia, con ternura, con malicia, con deseo, con fuerza, con sutileza, que ellas expresen todo lo que sienten que digan lo que quieran decir.

Escribir desde la erótica, implica rescatar la afectividad y reivindicar la ternura, apostando por un ser humano integrado, en lo cual lo femenino y lo masculino sean territorios excluyentes y privados. Lo mismo ocurre con el deseo, hablar del deseo, del placer y del goce, es romper los antiguos paradigmas, es reafirmar la capacidad de amar que tenemos los hombres y mujeres, de poder transmitir las cosas que sientan en sus entrañas, su piel, su alma, es construir desde la poesía y la narrativa un mundo más humano, más real y más seguro.

No escribir para mi es castrante, carcelario, cruel, es un mundo absurdo, lleno de majaderías, de caretas, de inhibiciones y de miedos. No escribir es como dejar que los buitres coman mi carne. En cambio hacerlo, es donar mis órganos, mis caderas, mis muslos, que ellos imaginen y hagan lo que creen entender de mi obra. Cuando digo donar”, implica que ellos han agarrado el concepto, lo han internalizado y en algunos casos porqué no, lo han aplicado a su vida.

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