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lunes, 9 de noviembre de 2009

Se encendía el cielo

2.
Otro hombre que me desconcentró sobremanera
fue sin duda: ese que no sabía amar de otra forma que no fuera con su cuerpo;
nunca nadie tocó mi cuerpo como él;
nunca mi piel respondió a nadie como a la piel de él,
sus manos rozaban las mías y se encendía el cielo,
sus labios besaban los míos y era el éxtasis supremo.
Pero ese hombre extrañamente no se fue nunca de mi lado,
no pudo nunca romper ese hilo de acero y miel que nos unía;
sin embargo yo, lo dejé partir como se dejan las cosas que cuestan
que se han metido hasta en los tuétanos de los huesos;
lo dejé muchas veces: algunas, le hice daño porque fue como un rayo que viene de la tierra y te sacude; y que en el momento preciso, te señala una decisión que cumplir;
una sola; la de estar para vivir- y tal es la decisión que asumirá tu cuerpo.
Ese hombre murió tantas veces y volvió a renacer
porque nadie conoce los caminos de la pasión
solo los recorremos sin preguntarnos como son.
¿Ni qué decir del placer profundo que emanaba de su cuerpo,
la ternura de sus manos;
yo si que amé con pasión a este hombre!
Amé la redondez del tobillo, la curvatura de sus muslos;
la soledad de su alma;
pero como todo pasa, este hombre también pasó.
Continuará...

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