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lunes, 26 de abril de 2010

Aprendiendo a vivir






1.

Extrañamente, la muerte, la muerte doméstica, la muerte común:

ese ir y dejar al alma escaparse porque ya no puede sostenerse en el cuerpo físico;

esa a la que se le teme y se le repudia,

la que se manifiesta dejando la nada y el horror, no tiene nada que ver con la muerte real.



Pues esta muerte de la que te hablo, se da a diario, convivimos con ella, pero no todos la percibimos como tal.



Es un rayo que te sacude, un terremoto que arrasa con todo,

la desazón y el corazón a pedazitos, y que en el instante preciso, te ubica y te llega.



Tal es el espacio que tienes que habitar.


Pero, lo que no te han dicho es que morir no es el final,

es sólo un cambio de ropajes,

un descanso en la ruta del camino;

nuevos aprendizajes,

pues existe un pacto, que vos viniste a cumplir al volver,

en homenaje a la realidad de la muerte, que es la tuya propia;

aun a costa de regateos y suplicios, sólo vos deberías descubrirlo,

sin quejarte de nada, porque sólo vos elegiste ese camino

para tu aprendizaje y tu evolución.



Yo por ejemplo elegí un camino difícil pero sensato

dentro de lo que cabe en la sensatez humana,

enrollarme con cada una de las almas que amé y me amaron

con ese amor mezquino y destructivo,

con el único, absoluto fin de sentir con fuerza

con esa fuerza arrolladora que te da el impulso para escribir,

con la sensibilidad a flor de piel y con la dureza de las rocas

para no morir,

con el hilo de acero y miel

con la fuerza de las tormentas

y la ternura de los gatos.



Tarde, muy tarde en la vida lo descubrí,

(eso de elegí a esas personas para un propósito)

entonces mi alma descansó un poco y supe llevar aquello

con dignidad. Ya no con esa locura arrolladora que te carcome cuando alguien se marcha,

de esa manera convertí esa tristeza, melancolía y saudade

en versos que cobran vida cuando los leés.

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