En este día nublado de espanto
de fantasmas rondando mi cuarto
del mísero rostro del deseo,
de crisis latentes que no cesan
que no terminan de cerrar el círculo,
de amenazas, de gritos, de golpes
de poder, de hartazgo, de miseria.
Serás por siempre un imán amarillento
que en la caliente sombra de la noche
vigile mis actos y mis sueños,
donde la más turbia sombra
se haga nítida
y deslumbre en la fiel ironía de mi cuerpo
donde te llevo cautivo y sin resguardos.
Mientras puedo encender un cigarrillo
y hartarme del humo y la miseria.
Creo que nada vale tanto,
como la imagen tuya cayendo
sobre la oscuridad de mi cuerpo,
ni esta tierna caricia abrasadora
que sube por la geografía de mi cuerpo.
Que sucumbe ante el espanto
ante la soledad y el silencio,
ese torbellino que desata sueños.
Perdonarás este balance hipócrita
entre cigarrillos y queja de crisis,
teniendo en cuenta que el invierno parte,
hace calor, y en mis sábanas
no hay arrugas
mientras la soledad alisa sus patitas de araña.
Sabrás que pienso en ti obstinadamente,
como el mantrams que repite
interminablemente tu nombre,
como el ciego que queriendo ver
dibuja en el cielo la silueta
la acaricia minuto a minuto,
hasta hacerla explotar
en una miga de dulzura.
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