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viernes, 29 de enero de 2010

La piel de La Paz se va cayendo de a poquito- Un homenaje a los damnificados de Huanu Huanuni



Vivir en La Paz, es descubrirla para amarla y ya nunca dejar de sentir ese cariño, esa constante creencia de que habitarla es un ascenso al cielo.

Para conocerla, hay que tomarse un descanso, pues llegar a todos sus barrios es imposible en pocos días. Mientras tanto habrá que aprovechar su estructura de subidas y bajadas, respirar el oxígeno puro y seguir sus ondulaciones como se sigue un cuerpo de mujer; perseguirla en sus nombres: Sopocachi, San Jorge, San Pedro, Obrajes, Calacoto, Cota Cota, Achumani, Ovejuyo, Chasquipampa; ni que decir de sus villas tantas villas que la forman ... viajr entre estos nombres es emprender una travesía.

En La Paz, la altura es un pétalo de espanto que vive adherido al corazón de la ciudad. Tiene magia, encanto y transparencia, por su cielo azul en invierno que se torna traslúcido y limpio, que cambia de color en las noches. ¡Ah! la noche paceña, un universo de estrellas la ilumina, por donde sae mire se ven lucecitas intermitentes, fosforecentes, blancas, amarillas y opacas, algunas semejan luciérnagas, otrs, estrellas luminosas que asoman por todas partes, desde las casas de los cerros, los edificios, de todas partes salieron luciérnagas y estrellas y comenzaron a arder entre las montañas como un gran camino de luz, agitada y rumorosa.

La Paz, es también caótica, sinuosa y bulliciosa. Debe ser por su estructura tan complicada, por la cantidad de autos que ya parece que superan a los mortales, por los voceros de los minubuses que gritan al son de las bocinas de los autos, por las marchas diarias que paran el tráfico y la convierten en la urbe más caótica del continente. Entonces la ciudad parece cansada. Entonces se sacude como un elefante herido y se derrumba, agoniza y muere.

Nada es más doloroso que ver la ciudad derrumbarse. Sus heridas grises sangran, y su piel va cayendo de a poquito arrastrando todo a su paso, el elemental de la tierra ha explotado y despertado, ahogándolo todo a su paso. Es como un huracán, como un rio revuelto que busca cambiar de cause dejando a su paso miseria y abandono.

Entonces, algo me duele y me aprieta el pecho, algo que a empujones me retiene la lágrima, del reclamo que llevo aquí dentro, y que suena a tristeza, a agonía, que no hay cuándo sane, que no hay cuándo alivie, algo que no tiene nombre, ni filiación a sindicatos..., algo que a lo mejor no tiene remedio ni nunca lo tendrá, mientras no aprendamos a vivir en armonía con la madre tierra.

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